Antigua cárcel de Lugo
Lugo
Estado de conservación:
Reformada. Avenida Alcalde Anxo López Pérez, 34. Abre en horario de mañana, de 11 a 14h., y tarde, desde 17.30 a 20.30h. Los lunes, solo por la mañana. Jueves y viernes, hasta las 22.30h. Los sábados, hasta las 23.00h. La Marea realizó esta ruta en noviembre de 2017.
La memoria es frágil. La evocación de las cosas que sucedieron conforma lo que somos hoy. Tiene el poder de afectar al presente. Hay lugares que nos ayudan a recordar, a sujetar con firmeza la memoria colectiva que no queremos perder. Esa es una de las misiones de la cárcel de Lugo, O Vello Cárcere: que no se nos olvide la longa noite de pedra que fue el franquismo. Excarcelar la memoria. La prisión fue inaugurada en 1887 y clausurada en 1981. Más de tres décadas después, las autoridades decidieron impulsar su reforma. Hoy se utiliza como centro cultural y social, y acoge una exposición permanente sobre el horror y la represión.
El golpe contra la II República llegó a Lugo el 20 de julio, cuando los sublevados asediaron el edificio del Gobierno Civil. En una semana se sofocaron todas las esperanzas y comenzó una «etapa de represión, encarcelamiento y muerte que buscaba crear una nueva España mediante una masiva socialización del miedo y una búsqueda de adhesión explícita por parte de la población», se lee en el estudio de Cristina Fiaño, titulado O vello cárcere de Lugo, 1936-1946.
Esa estrategia general se concretó en la prisión de Lugo. La principal fuente de conocimiento de las condiciones de vida son las cartas de los reclusos y el libro Uno de tantos. Cinco años a la sombra, escrito por el profesor segoviano del Instituto de Ribadeo, Gregorio Sanz, encerrado desde 1936 a 1941.
La cárcel tenía capacidad para 140 presos. En 19336, tras el golpe, superaron las 600 personas; y en el 37, cuando encerraron a mineros de Asturias, rondaron las mil. «Éramos 12 hombres y la celda estaba construida para uno», escribe Sanz. Había otras peores, como la número 1 y la número 13: «Cincuenta o más reclusos habían de usufructuar el escaso suelo y el aire enrarecido».
¿La dieta? La del hambre. La «comida [era] asquerosa y poca» y si «por casualidad nos mandan comida de nuestras casas, no nos la dejan pasar, hay que comprarla en la cantina», que está «atendida por presos comunes, sus esclavos, donde nos venden las cosas a precios más elevados que en la calle». «El que no tiene dinero se muere de hambre», deja grabado Antonio López Barros, el Ruso, condenado a muerte en 1936. Hoy, quien visite Lugo puede recuperar la sombra de todo esto. Hay poemas y testimonios en los muros de las celdas. Puede tocar las paredes, sentarse en el suelo, si quiere, y reflexionar sobre lo que nos hace y deshace como humanos o lo que sea que se le ocurra.
Las enfermedades estaban a la orden del día. Con «un caldero lleno de agua para todo el día. ¿Qué limpieza podíamos hacer?», se pregunta Sanz. «El placer de lavarnos para nosotros es ya una ilusión», escribe López Barros. Hasta 1940 murieron 27 presos en el penal. Como ejemplo, la tuberculosis sustituyó al tribunal militar que juzgó al alcalde de Ribas de Sil, Marcelino Fernández.
En este ambiente, se daban pequeños actos de rebeldía. Cuenta Sanz que en una ocasión en que un fraile fue a predicar, se produjo un gran coro de toses como gesto de protesta. No se obligaba a cantar el Cara al Sol, pero el momento de la salida al patio estaba marcado por el grito de «¡Franco!», al que los presos debían responder con otro «¡Franco!». Este grito, que se pronunciaba dos veces al día, dio lugar a un chiste que circuló por el patio. Recoge Fiaño: «Se decía que para fomentar el turismo nada mejor que hacer propaganda de la prisión, a la que se conocía como Hotel Canalejas, por estar situada en la plaza de este nombre, anunciándolo como muy barato, con este lema: Hotel Canalejas. Pensión completa: dos franco».
Consuelo Alonso: rapada y fusilada
Catorce mujeres fueron encerradas por motivos políticos en la cárcel de Lugo en 1936. En los años siguientes, los sublevados contra la II República continuaron capturándolas y metiéndolas en prisión. Fueron muchas las mujeres secuestradas, paseadas y asesinadas en Galicia tras el golpe franquista, sin pasar por tribunal alguno. «Por lo demás, los juicios militares fueron farsas sin ningún tipo de garantía», recoge Cristina Fiaño en su estudio sobre la cárcel de Lugo. Este fue el caso de Consuelo Alonso, conocida como La comunista. Asturiana, residente en Monforte de Lemos, casada y con cuatro hijos, era vendedora ambulante de periódicos. Tras ser juzgada, permaneció en la cárcel de Lugo «hasta el 13 de mayo de 1938, fecha en la que fue ejecutada en las tapias del edificio del cuartel de la Guardia Civil».
Antes, la raparon al cero, uno de los castigos más frecuentes usados por los franquistas para humillar a las mujeres. La escritora lucense Carmen Blanco, profesora en la Universidad de Santiago de Compostela, escribe un homenaje a todas ellas, que aquí traducimos:
Una rapada de la represión
«Soy una rapada de la represión. Fui humillada y voy marcada. No me importa. Nada de esto me penetra. Estoy viva. Acaricio mi cráneo con sus pensamientos libres e intactos y salgo a la calle orgullosa de mi rapado. Ellos me cortaron el pelo pero yo reafirmo todavía más mi personalidad absolutamente libre. Y me solidarizo con todas las personas peladas y agraviadas por el poder. Y proclamo la belleza de la piel desnuda del cacumen con la cabeza alta».
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