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Rutas de la memoria - La Marea

Suplemento de La Marea sobre memoria histórica coordinado por Olivia Carballar

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Valdenoceda: hambre y frío donde antes había seda

La cárcel de Valdenoceda fue habilitada en una vieja fábrica por la que pasaron más de 3.000 presos.

8 enero, 2019

José María González explica en el interior de la cárcel las duras condiciones de vida de los presos. ÁLVARO MINGUITO

Álvaro Minguito

Prisión de Valdenoceda

Valdenoceda (Burgos)

Estado de conservación

El edificio está cerrado en la actualidad. Se impide el acceso a las instalaciones por cuestiones de seguridad. El autor del reportaje ha acompañado a la asociación desde 2010.

 

El 6 de marzo de 2010 se entregaron en el Ateneo de Madrid los restos de 15 presos republicanos exhumados en el cementerio de la iglesia de Valdenoceda, un pequeño pueblo al norte de Burgos. La historia, o mejor dicho, la recuperación de esta historia, silenciada por el paso del tiempo y los sucesivos pactos por el olvido, había comenzado unos años antes. Desde 1910, una imponente fábrica de seda artificial erigida en el pueblo aprovechaba el paso del río Ebro por sus sótanos para mover las aspas de su maquinaria. Hasta su cierre a principios de la década de los 30, producía unos 60.000 kilos de seda al año.

En 1937, en plena guerra civil tras el golpe de Estado franquista, el bando sublevado dictó la orden 5/07/1937 por la que se regulaba la creación de campos de concentración y destacamentos de trabajo. Las prisiones ya no daban abasto en una zona en la que no había enfrentamiento y la antigua fábrica parecía el lugar idóneo para el traslado de centenares, que se convirtieron en miles, de presos leales a la República –condenados paradójicamente por «adhesión a la rebelión»–. Los primeros llegaron a la denominada Prisión Central de Valdenoceda el 12 de octubre de 1938. Por sus instalaciones, reconvertidas en fábrica de horror, hambre y represión, pasaron más de 3.000. Se tiene constancia de la muerte por hambre y frío (colitis epidémica, según consta en los registros locales) de al menos 154 presos. Se sabe, sin embargo, a través de los testimonios de supervivientes y familiares, de muchos otros penados sacados de madrugada y, probablemente, asesinados y arrojados a las cuevas cercanas, sin dejar rastro ni constancia escrita.

Los muertos fueron enterrados por los propios presos en un solar cercano, junto al muro del cementerio parroquial de la población. La prisión estuvo en funcionamiento hasta 1945. La dureza de las condiciones en las que vivían los presos quedaron reflejadas en los dibujos de Robledano o en los relatos de Ernesto Sempere, Gaya Nuño o Isaac Arenal, el preso más joven entonces, que en 2010 pudo asistir al acto en el Ateneo. En los años 70, este solar, propiedad de Instituciones Penitenciarias, fue adquirido por la Iglesia para ampliar su cementerio. Y, desde ese momento, los enterramientos en el pueblo se realizaron encima de estos restos.

Ficha de uno de los presos fallecidos.

 

EL COMIENZO

A principios de los años 90, José María González, tras una conversación con su padre acerca de la desaparición de su abuelo en Valdenoceda durante la guerra, decidió acudir al registro local. Acompañado de su sobrino Eneko Vilches, obtuvo un listado con 153 personas fallecidas en el penal en las condiciones y causas antes descritas. Comenzó así la andadura de la Agrupación de Familiares y Amigos de Fallecidos en el Penal de Valdenoceda, que durante varios años se van organizando vía teléfono e Internet.

En 2003 tuvo lugar la primera reunión en el pueblo con 28 familias, en torno al 14 de abril, día de la República, tradición que no ha dejado de repetirse desde entonces a los pies de la iglesia y lo que antiguamente fue el solar donde fueron enterrados. Dos años después, la agrupación buscó la manera de exhumar a sus familiares, con el apoyo del entonces alcalde, Ángel Arce (PSOE), y se puso en contacto con un equipo de arqueólogos de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y de la Universidad Autónoma de Madrid. El equipo, coordinado por el médico forense Francisco Etxeberria y los antropólogos Luis Ríos y Jimi Jiménez, recuperó los restos de 114 presos en el año 2007. Otros 40 restos se suponen repartidos entre el cementerio viejo y debajo de las tumbas nuevas.

Y es a partir de este punto cuando volvemos al homenaje en el Ateneo de Madrid. Una vez identificados mediante estudios antropológicos y pruebas de ADN, los restos de aquellos presos muertos de hambre y frío comenzaron a ser recuperados por sus familias. La mayoría fueron enterrados allí mismo de nuevo, en un pequeño mausoleo, en unas cajas cubiertas con la bandera republicana.

Desde 2010, la asociación no ha recibido ninguna ayuda del Gobierno central. Las únicas aportaciones proceden de donativos de particulares y de las cuotas que los socios y socias pagan cada año. A esto se suma el trabajo voluntario de los equipos científicos, que incluye el almacenaje durante todo este tiempo de los restos en un laboratorio de la universidad, la identificación y su posterior traslado al pueblo para su entrega. En la actualidad, la agrupación aún continúa la búsqueda de familiares de 27 presos, cuyos restos todavía no han podido ser entregados y de los que se conoce su identidad.

El laboratorio de la facultad donde se almacenan los restos y se llevan a cabo las pruebas antropológicas.

 

Luis Ríos, en el pasillo central de la Facultad de Biología, en la Universidad Autónoma de Madrid.

 

La sobrina de Valentín Villanueva sostiene una fotografía de su tio, identificado entre los restos exhumados.

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Filed Under: Reportajes, Castilla y León Tagged With: franquismo, memoria histórica, rutas de la memoria, valdenoceda

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