Playa de Bolonia
Tarifa (Cádiz)
Estado de conservación:
Hay restos de búnkeres y un camino reparado
y ampliado ya asfaltado.
Las ondas de la radio afinan y desafinan en el interior del coche. Sevilla-Cádiz. AP-4. “Han rescatado una patera en Barbate”, informa un boletín nacional. En a Vivir que son dos días, de la Cadena SER, cuentan la historia de la tumba del hombre que nunca existió, en Huelva. Dicen que data de la II Guerra Mundial y que la han leído en el Diario de Cádiz. Una moto Ducatti roja se deja ver al otro lado de la ventanilla. Le siguen algunas más. Este fin de semana se celebra el circuito de Jerez. “Son 7,34 euros”, reclama la trabajadora que cobra el peaje. Los árboles están quietos. Parece que este sábado no habrá viento de levante. El dial chasquea hacia arriba y hacia abajo. “Nueva gi… de Da… de María”. “Eeh, túu”, canta Alejandro Sanz al paso de la señal de entrada a Puerto Real. Allí han sido recuperados más de 180 cuerpos de personas represaliadas del franquismo en una exhumación simbólica de la barbarie de la dictadura.
Luego viene Chiclana, donde dice el historiador José Luis Gutiérrez Molina que la posguerra empezó el mismo julio del 36. Playa de la Barrosa. Un viejo toro de Osborne vigila Conil desde lo alto, inicio de las fortificaciones que Franco ordenó construir entre 1939 y 1943 a lo largo de 120 kilómetros en el Campo de Gibraltar, en la costa y el interior, hasta el río Guadiaro. El trabajo más duro lo hicieron unos 30.000 presos republicanos en condiciones de semiesclavitud. La radio sintoniza ahora un programa de música clásica. Y un nocturno de Chopin abre un nuevo paisaje. Se ven los primeros molinos eólicos, que bailan pausados al son de la sinfonía. Unos kilómetros más allá, después de El Palmar, después de Los Caños, de Vejer, de Barbate y de Zahara de los Atunes, llega el cruce de nuestro destino, un lugar paradisíaco unos 20 kilómetros antes de llegar a Tarifa, una de las mejores playas de España. Para muchos y muchas, Bolonia, la mejor playa del mundo.
“Lo más significativo fueron los caminos. Los prisioneros repararon caminos y los ampliaron. Por ejemplo, esto era un caminito que llegaba a las cuatro casas que había en la aldea de Bolonia. Pero los prisioneros lo hicieron más ancho para que pudiera pasar material militar. Cuanto más ancho el sendero, más material pesado militar iba a pasar”, cuenta José Manuel Algarbani, un historiador campogibraltareño experto en el tema, mientras conduce su coche por esa misma carretera, asfaltada, que adentra hasta la playa. Según sus investigaciones, aproximadamente el 99% de los senderos que hay en el Parque Litoral del Estrecho y un buen número del Parque de los Alcornocales fueron hechos por los prisioneros: o nuevos o reparados.
“Y aquí había 39 batallones, con presos procedentes de distintos puntos de España, de acuerdo a la política de dispersión y de alejamiento de su ámbito social. Murieron al menos unas 300 personas por distintas causas, enfermedades asociadas a la falta de higiene, hambre…”, continúa a medio camino, en un rellano al pie de una zona de escalada conocida como Bartolo. Una señal de peligro. Vacas. No circular a más de 30 km/h. Un ternero prácticamente recién nacido corretea por aquellas hierbas, que hace 79 años escudriñaban los presos en busca de algún caracol que le llevase proteínas a la boca. Ya se ve el mar al fondo y la duna gigante. Si hay suerte, también emergerán las primeras siluetas de África.
“Esta historia no se conoce a pesar de la barbaridad que fue. Hablamos de que el Valle de los Caídos tiene trabajando en siete u ocho años 7.000 prisioneros. El Canal del Bajo Guadalquivir, lo mismo en ocho o diez años. Y aquí, en cuatro o cinco años, suman 30.000”. El objetivo de Franco, según el historiador, era doble: atacar la base británica de Gibraltar y defenderse de un posible desembarco aliado en sus costas. Hasta tres cañones, de 90 toneladas de peso cada uno, llegaron a Tarifa procedentes de Ferrol. Luego fueron llevados por los prisioneros hasta la playa de al lado, Punta Paloma. “Unos 12 kilómetros de distancia”, detalla Algarbani. Para su traslado, a través de traviesas de vías, tuvieron que construirse puentes y otras obras complementarias. Aún hoy son visibles en las curvas las señales que los cables, al girar, dejaron en los muros, también edificados por ellos. “Aquí no se lucraron las grandes empresas, pero sí se enriquecieron algunas pequeñas”, sostiene el historiador, profesor en un instituto público, “militante de la historia”.
LOS RESTOS DE UN BÚNKER
La playa está prácticamente vacía. Hay más vacas que personas en la arena. Un par de chiringuitos arreglan los destrozos que dejaron meses atrás las fuertes lluvias. Atravesamos un riachuelo. Un pie en un palé a modo de puente. Otro en una roca. “Excmo. Ayuntamiento de Tarifa. Playa autorizada al nudismo. 1.000 metros”, avisan unas letras rojas. Están pintadas sobre los restos de un búnker. No hay ninguna señal que diga que aquello es un búnker. En su interior crece maleza, hay rocas y rastrojos. Un grafiti desganado aguanta sobre una de sus caras. Nadie desde este punto, con esas vistas de postal, mire donde mire, podría imaginar lo que allí ocurrió. El dueño de uno de los chiringuitos de la zona, nacido y criado en Bolonia, relata cómo de pequeño jugaba con sus amigos entre estos restos. Hay otro búnker justo en el núcleo de casas, delante de un chalet, coronado por flores rojas. “Nosotros los llamábamos nidos de metralletas”, cuenta el hostelero, que ya tiene completo su establecimiento para los meses de verano.
La playa de Bolonia, a salvo del ladrillo, ha ido tomando posiciones en el turismo en los últimos años. La antigua ciudad romana de Baelo Claudia es uno de sus reclamos. “En ninguna otra parte de la península Ibérica es posible extraer, tras la visita, una visión tan completa del urbanismo romano como en Baelo Claudia. En esto radica su principal interés, enmarcado igualmente en un espectacular paisaje”, dice un folleto de presentación.
Es relativamente fácil que la gente haya oído hablar de las ruinas de esta ciudad nacida en el siglo II a. C. Lo que no suele ser tan sencillo es que, incluso quienes acuden allí con asiduidad, sepan de estas otras ruinas del franquismo, del siglo pasado. Al final, sí hemos tenido suerte: la costa de África se ve al fondo en esta mañana con sol y sin ese viejo conocido llamado levante.
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