Tánger
Marruecos
Estado de conservación
Comenzamos en el puerto, remodelado, y llegamos hasta lugares como el histórico Teatro Cervantes, en un estado de absoluto abandono, o el Café Fuentes, en restauración.
FOTOS: FRANCISCO DE LA IGLESIA // Llegamos a África a lomos de un ferry que corta el oleaje en el sentido contrario del que toman las pateras que arriban en las costas gaditanas. En una hora hemos recorrido los 18 kilómetros que separan Tarifa de Tánger, una ciudad que desde 1830 se convirtió en refugio de la España que huía de la represión reaccionaria –la primera, la del rey absolutista Fernando VII–, y de la miseria. Un siglo después, durante la guerra y la posguerra, como escribió el arabista Emilio González Ferrín, terminaría albergando a una marea de españoles “repartidos entre quienes solo podían ver su tierra desde lejos, y quienes preferían verla así”.
El puerto se nos presenta recién remodelado con esa arquitectura de dimensiones faraónicas y blanco aséptico de quirófano que en España lo inundó todo antes del crash financiero y la ruina de millones de familias. Nada que ver con aquel puerto alrededor del cual se fue configurando la urbe en la que el rey Sidi Mohammed Ben Abdallah, responsable de la apertura de Marruecos al mundo en el siglo XVIII, concentró las delegaciones diplomáticas de las potencias mundiales. Así fue como este enclave adquirió tal relevancia en las relaciones geoestratégicas que en 1923 las potencias mundiales establecieron que debía quedar bajo un gobierno internacional encabezado por Gran Bretaña, España y Francia –la que detentaba realmente el poder–, al que posteriormente se sumarían Portugal, Países Bajos e Italia.
Un protectorado donde la colonia española pudo constatar en las primeras semanas de la Guerra Civil que la comunidad internacional no iba a apoyar el régimen democrático de la República. Los buques de la Armada española que intentaban impedir el paso de los sublevados procedentes de África repostaban en el puerto de Tánger. Hasta que el comando central, encabezado por el francés Joseph Le Fur, los expulsó tras ser presionado por Franco para que respetase el estatuto de neutralidad de la ciudad. Mientras, los aviones de Hitler y Mussolini trasladaban a miles de soldados a la Península.
Edificio de la Misión Católica Española, aliada fundamental del bando franquista en la ciudad.
Caminando desde el puerto llegamos en unos minutos a la medina, en concreto, a la Plaza Zoco Chico –Petit Soc, en francés–, en el barrio en el que vivía la comunidad española más popular, la mayoría partidaria de la República y dedicada a oficios del sector primario, según las procelosas investigaciones de Bernabé López García, catedrático honorario de Estudios Árabes e Islámicos. En esta plaza continúa radicada la Pensión Café Fuentes, ahora en remodelación. Propiedad de una conocida familia republicana, era donde solía reunirse la población afín al régimen democrático. Justo enfrente sigue abierto el Grand Café Central, que, junto al Café Roma, era el lugar de encuentro de los favorables al bando golpista. Cuenta la leyenda urbana que más de una vez los insultos que se lanzaban desde uno y otro lado de la calle terminaron llevándoles a las manos.
El ambiente poco tenía que ver con el que se vivía en esta ciudad antes de la contienda, cuando la entonces colonia española convivía pacíficamente entre ella y el resto de nacionalidades y religiones. En un artículo de 1881, el arabista Antonio Almagro Cárdenas describía la inauguración de una iglesia en la que participaron representantes de todas las comunidades, las autoridades locales y hasta una banda musical llegada expresamente de Tarifa. Y destacaba que los judíos hablaban español “pues descienden de los que fueron arrojados de España por nuestros antepasados”. Un castellano mestizo que hablaban los descendientes de los sefardíes llamado haquetía. Resulta paradójico que cuando el régimen franquista instó a marcharse a los hebreos que habían llegado a suelo español huyendo de los pogromos, muchos de ellos recalaran en esta urbe, emblema del refugio del periodo de entreguerras. De hecho, hay quienes opinan que la película Casablanca está inspirada en Tánger, aunque los productores cambiaron su nombre por considerarlo más atractivo.
Volviendo a nuestro recorrido, también en la Plaza del Zoco Chico se encontraba el Casino Español, donde solía jugar partidas de ajedrez y departir la élite tangerina. Durante la guerra, su presidente, Tomás Molinos, se volcó en la acogida de las más de 10.000 personas que hasta 1938 habrían buscado refugio en Tánger, según la única referencia que ha encontrado López García en un libro de Vicente Guarner, el agregado militar a la Legación española en Tánger. Suponía aproximadamente un 10% de su población entonces.
El histórico cine Alcázar, abierto en 1917, uno de los más antiguos de Tánger junto con el Capitol y el American Cinema.
CELEBRACIONES FASCISTAS
A unos metros del Café Central se encuentra la Iglesia del Sagrado Corazón, sede de la Misión Católica Española, aliada fundamental de los golpistas. “Celebraban sus victorias con tedeums, organizaban funerales, como cuando murió Mola. Y no solo acudían los fascistas españoles, sino también el cónsul italiano, el portugués… Y cuando atracaban en el puerto los alemanes, después de bombardear Almería, por ejemplo, celebraban recepciones”, explica López García.
Una de las personalidades que no se perdía estos festejos era Juan Peche Cabeza de Vaca, marqués de Rianzuela, nombrado por Franco ministro de España en Tánger. Fue el encargado de elaborar las listas de las personas que habían apoyado la República para que el comando internacional las expulsase de la ciudad. Entre ellas, se encontraban Manuel Peña y Esperanza Orellana. Este matrimonio había inaugurado en 1913 el Teatro Cervantes para ofrecer a la colonia española representaciones en su idioma. El edificio sigue en pie aunque, como la mayoría de los vestigios españoles, en un estado de absoluto abandono. Muchas de las familias republicanas habían huido ya al Marruecos francés, pero muchas otras fueron desterradas por orden de Le Fur, el mismo que durante los años de la contienda había desoído las peticiones del consulado republicano para que hiciera lo propio con los diplomáticos franquistas.
“Muchos se fueron al Marruecos francés pensando que iba a ser algo transitorio, otros emprendieron el exilio a México y otros países, y algunos, como la familia Fuentes, volvieron un año después, para encontrarse sorpresivamente con la ocupación española”, explica el catedrático López García. Porque, tras la purga franquista de 1939, la colonia española tangerina sufrió su dictadura entre 1940 y 1945. En concreto, desde el día en que las tropas nazis entraron en París y Franco ordenó la incorporación de Tánger al protectorado español de Marruecos. Pero esa es otra ruta de la memoria que tendremos que recuperar.
El Teatro Cervantes empezó a ser construido en 1911 por el matrimonio de Manuel Peña y Esperanza Orellana, quienes fueron expulsados de Tánger cuando acabó la guerra por apoyar la República.
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